viernes, 29 de agosto de 2014

La callada hoguera



En el tercer apartado de Los reportajes de Félix Chaneton, Carlos Correas: “Entonces escribir, escribir sobre mí. Es todo. No sé si será una autobiografía, o un libro de memorias, o una novela, o cuentos. Pero escribir sobre mí.
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Osvaldo Lamborghini: “no leía jamás, pero sus subrayados eran perfectos”.
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Vuelvo a Correas: “La escritura a máquinas es pareja, pocas tachaduras: pero las letras a menuda palidecen: cinta gastada, me distraigo… No. Una idea humana ha golpeado las teclas; debo pensarlo así; definitiva y frágil escritura; vuelvo a distraerme –. Seguir leyendo continuamente. Leer en el contexto, en el contexto. […] – Anoto:…”, y lo hace sobre el margen de un texto que no es el propio.
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Ahora pienso: hay algo de encontrar lagunas, márgenes, orillas inundadas. Hay una parte de la escritura que todavía no es el lenguaje. Es la grafía. Los autores que cité se preocupan por otra cosa distinta a su “propio texto” o su “propia expresión”. (Incluso ese “escribir sobre mí”, sin género, es una forma de transitar la supresión del lenguaje). Más bien, les preocupa el lugar; cerca, el útero.
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Pienso en Mario Levrero, en su intento redondo, pulido, de letra. Pienso en la “ilusión de cosa grande redonda” (Lamborghini), como respuesta. Inevitablemente pienso en Jan Liwacz moldeando la “B” de “Arbeit” para el letrero de los campos de concentración. Dice Mario Ortiz: “…antes de ubicar la B, aprovechando su último instante de libertad, la dio vuelta con un rápido movimiento y, como en un descuido, la soldó al revés”.
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Hay algo que no se puede decir, o que cuando se dice es quemado entero. Es la raíz griega que encontramos en “soldar” (*sol-) y que está presente –absorbida la S– en “holocausto” (“holos”: entero). La etimología de holocausto es, precisamente, “quemado entero”.
Sería, entonces, como la historia de la literatura: la historia de todos los malentendidos producidos por una quema de letras. Sería la historia de la letra, y ya no de las Letras. Sería la historia de la música, de lo irreverente de tener el ojo en la punta del clavo antes de fijar un significado, una forma de hablar, un nacimiento de carne textual: un grito.
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Asumo que es la diferencia en el latín: sollus (íntegro, entero) y solus (solo). Soldarse, agregarse, integrarse al lenguaje es llegar a la doble L. La soledad es la ausencia del doble.
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Hay algo en los incendios que es de hombre solo, de desoldar. No una quema como “Solución Final”. No la Shoá (catástrofe). Pienso más bien en el sacrificio del holocausto, en su etimología, en un sacrificio animal a los dioses. Pienso en el sacrificio, en la quema de la lengua, en la brasa sobre el paladar.
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Odiseo confinado (Leónidas Lamborghini). La “anotación” de Correas. Los “subrayados” de Osvaldo Lamborghini. “La inversión de las letras” de Mario Ortiz. Pienso en un programa, en la quema lenta de la literatura desde adentro, en el fuego clandestino, en un fuego que no queme a nadie y que arda entero sobre la biblioteca.
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Correas no se equivoca: “Un hombre solo no puede ser nuevo” no es el final de su texto. El final es: “Hay que vencer el miedo”. Es una “anotación” que hace: conformar una sociedad periférica. Es el 14 de mayo de 1638, es el Señor de Saint-Cyran abogando por una “Sociedad de Solitarios”.
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En el centro de la hoguera ya no se quema la humanidad, no se queman libros, no se queman hombres. En el centro de la hoguera está la ilusión de la quema. Pero ese espacio es un vientre que se persigue, al que se desea volver; un agujero en donde hay que conseguir que la llama prenda, que el ardor nos mutile.
Hay que lanzar los dardos desde la periferia, hay que inventar el silencio después del grito. Sería: lenguaje – balbuceo – grito – silencio. Lanzarse hacia un centro para que los rozamientos de la carne vuelvan a abrir el útero.
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Hay que elegir callarse: será mi estilo. 

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