sábado, 23 de agosto de 2014

Anémona



En Shakespeare una mujer culpa a un jabalí por la muerte de un hombre. Ella lo ama, lo hace flor, le desea la muerte: "Si yo hubiese tenido dientes como éste, debo confesarlo, a besos habría sido la primera en darle muerte".

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En Ovidio una diosa culpa a un incesto por la muerte de un jabalí. Ella lo ama, lo hace flor. Lo hace luz, lo hace marchitar. Oscurece.

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En Quignard una mujer culpa a un jabalí por la muerte de un hombre. Después culpa a un hombre por la muerte de un hombre. Después ella le corta el sexo. Se mata.

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Ovidio dice: "Esta flor [la anémona], desde entonces vive poco tiempo, porque los mismos vientos que la hacen brillar la hacen también marchitar". Anemos es el griego para viento. Alma, entonces, sería el griego para la fecundación en lo que vuela, en el aliento, en el final marchito.

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Un jabalí, un amimal, un ánima sopló con sus fuertes dientes sobre un ánima, un hombre, una flor. Lo fecundó, la fecundó, la anémona fecunda se marchitó luego. 

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Pascal Quignard habla de la frontera. Perder el sexo. Asexuarse: perderse de la sociedad. Marchitarse. Perder los mismos vientos que la hacen brillar, oscurecerse, sombrear, perfeccionar la tiniebla y no su brillo. Dios es la oscuridad, lo que vemos es la fulguración. El mundo es Lucifer, luciérnaga. Los hombres respiran, en verdad, en las cuevas, las bibliotecas, lo secreto.

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En la fecundación de la luz está el final de los sexos. Empezara marchitarse es perder la distinción sexual. No ser hombre y mujer, cortar la frontera. Arrojarse cuerpo a cuerpo, no poder desunirse. 

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Es siempre Venus y Adonis. 
Anémona: canibalismo del alma. Canto de Dios: oscuridad marchita, la lectura sin velas, sin luz, sin velos.

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