viernes, 23 de mayo de 2014

Maldición eterna a quien lea estas páginas, de Manuel Puig



No es una novela. Es poesía. No es un diálogo. Es poesía. Puig no escribió un libro. Escribió el margen. Por eso "lector maldecido" o ¿maldicho? o ¿maldito?. Porque no tiene nada para leer; o sí: rayas. La inversión del simbolismo en un título: "hipócrita lector" ya no; sino todo él, lector, maldito: no el poeta, sino la literatura entera, es decir, nada: todo el borde a rayas. Que el lector lea la distancia que lo separa. En Maldición eterna... cada línea es una distancia recorrida: la raya dialogal es la huella, pero no dialogal, sino del desamparo: la distancia al borde de la hoja, es decir: la distancia desde donde el libro se sostiene. Raya que taja, que corta, no mansa. La raya que el lector no descifra, que a los ojos de quien lee, corta. La raya de Puig en esa "eternidad" es la memoria. Puig, con una raya, escribe el reverso de Funes: el olvido, la limpidez, un resplandor: una insistencia en recordar un no recuerdo. La eternidad presente a fuerza de demoler el pasado: esa es la fuerza vieja del viejo. La del joven, su estancia en recuperar pútridamente con abatido cansancio una forma de respirar sobre el cadáver. Renacimiento en la carroña (sí, Baudelaire) -pero un Baudelaire lector. Ya basta del maldito Baudelaire escritor. Baudelaire escribiente diría: el lector mismo que debe leer la raya, continuar por su memoria, el cauce, desbarajustado, tonto, hacia el aplomo: y no llegar; porque al final en una misiva se pierde la vida. Se pierde, como un papel se olvida, como otra carroña más, el papel: todas las anotaciones por una vanguardia. Un discípulo de Internet, pero sin conexión todavía. Maldición eterna a quien lea esta página. 
Lo innombrable es el hallazgo de una raya.

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