Severo Sarduy llamó a esa literatura
excedida, trabajosa, ruinosa, pérfida, perversa, intuitiva, salvaje, erótica, a
esa literatura Severo Sarduy la llamó "barroco". En las antípodas de
Edmundo D'Ory –aunque guiado por el mismo propósito– hizo una confesión: no
escribiría la historia de una época, sino las condiciones de surgimiento de
algo más complicado que un período histórico. Escribiría su vida, como sobre
las pieles de Sacher-Masoch, pero sin el romanticismo, sin la piel original.
Una máscara sobre la nada misma. Más deleuziano. Escribiría –como había hecho
Levi-Strauss ("El carácter excepcional del arte caduveo, ¿no podrá
explicarse como una renuncia del hombre a ser un reflejo de la imagen
divina?"), Freud, Derrida–, escribiría ese momento sospechoso de ser
llamado "cultura", de ser llamado "naturaleza". De nuevo:
barroco.
*
Para el nombre de Severo Sarduy, Georges
Bataille había usado el nombre de "gasto". Algo, a veces, como un potlatch; otras, quizás, como un sacrificio. En definidas cuentas: algo
que, por excedente, fuese a la vez un lujo destruido y, por su falla, una
utilidad dilapidada.
Bataille también pensaba en el erotismo,
en lo perverso, en lo especulativo. Algo que se volviera contra sí mismo, que
no pudiese atar, que lo atara. En otras palabras, algo como la letra.
Pensaba: un excedente que aparece nombrado
tímidamente en La parte maldita. En
la intimidad de un resguardo.
*
Llamo comunicación a ese excedente, a esa
manifestación estilística exuberante de la época, a ese rizoma que se pierde en
un tejido intertextual: a las redes sociales las llamo comunicación barroca.
Llamo comunicación a aquello que no sobra, pero que no explica, que no comenta
y que no ilusiona. Es la ilusión primera: decir que hay comunicación. Porque la
hay, innegablemente. Pero no por su utilidad, no por la información, sino por
ese resto que deja desbordando al otro, en la tentativa de una nueva palabra,
en el llamado remoto de otro silencio.
*
Esta comunicación llama al canto, al
sacrificio, al eco de las cavernas. Es un dibujo sobre las cavernas: también un
canto. Es Raúl Zurita pintando la Cordillera, escribiendo el cielo. Es la
caverna de Platón puesta al resguardo de los filósofos para que, al fin,
podamos arder como merecen arder las sombras. Es el reverso de la legitimidad
informativa, es la expulsión de la concesión lógicamente distribuida. Ya no
círculo; elipsis, dos centros: escribía Severo Sarduy.
*
En otras palabras, comunicación es el
nombre de una arqueología. De un fundación de poder, pero no un poder sobre la
conciencia de disponer la acumulación, sino de disponer la forma de efectuar el
gasto, de hacer pánico en la exuberancia, de dejarse ahogar con la jerarquía.
Darle fin a la palabra amor, llamarla por donde duele: por donde no regresaría
ni aunque quisiera.
*
Un regalo que puede cambiarse por otra
cosa es lo contrario del potlatch. La
destrucción del regalo con una nueva manifestación activa la sangre. La devolución
sin usura es la conformidad, el pacto, el contrato social.
*
El llanto es la medida de todas las cosas:
transforma al objeto en todo un río desperdiciado, en un canto de todo ahogo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario