“…el Zahir es la sombra de la Rosa y la rasgadura del Velo”.
Lo escribió Borges. No pienso buscar si la cita de él es correcta, si existió
el Asrar Nama. Porque si lo escribió
Borges, entonces ya existe. Si ya es literatura, ya es abismo. Ya miramos las
letras; ya quedamos insepultos.
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El nombre de la rosa.
Así tituló Umberto Eco a su Zahir. ¿El Zahir? Es el nombre de una condena. ¿La
condena? Estar imposibilitado de reír.
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Umberto Eco no escribió una novela sobre los signos.
Escribió un ensayo sobre la risa. En la gracia divina es imposible reír, en la
eternidad no existe el sobresalto, el bochornoso auge de un desequilibrio. El
Zahir es la forma de decir que todo está perdido. Si Dios no puede reír, ¿estamos
castigados?
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Esta risa que busco es una risa que me autorice a decir que
estoy vivo. La burla es el reconocimiento del otro; el cinismo, su predación.
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“Voy a decirte: el nombre que llevo no sabe reír. Empuja,
salta, pero no sabe reír”. Lo escribió Sara Gallardo. No saber reír es cumplir
con el pedido de Dios, una ascesis demasiado humana.
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El hombre es hombre porque ríe. Por eso la risa recuerda la
predación, el intento por morder el mundo, por amarrarlo entre los dientes, por
perforar la yugular del sentido. La risa –abierta, fulminante, erguida, tensa–
busca acabar con el lenguaje.
*
“el nombre que llevo no sabe reír”. Ese nombre es el Zahir,
el nombre de la Rosa, el suplicio de los ojos que encontraron a Dios. La
técnica moderna es este llanto oscuro de luz. Un lugar en donde queremos
reposarnos; un lugar en el que se levanta el sentido lleno. ¿Este mundo quiere
lectores?
Yo busco una risa sofocante, ahogadora del lenguaje,
amordazadora del sentido. Que la risa rompa la mordaza, cuchichee sobre la
cuerda, acuchille la vena harta de palabras. Risa deformadora, grito de
castración invertido. La risa puede ser como un ahogo en donde el aire nos
respire, nos trague.
*
Hay que reír, hay que sentirse deformado. Decir
“descostillado de la risa” es decir acercarse
al sexo. “Descostillado” quiere decir con el miembro erecto; sin una costa,
sin posibilidad de orilla. Una eyaculación que invente islas de orígenes
perdidos.
Dejar de ser la ciencia: abandonar a Eva; morder la manzana,
sí, pero por imprecisión de la boca abierta en la alharaca de la risa. No
morderla como experimento. No dejar que la costilla busque más certeza que la
que nos pueden dar nuestros propios dientes.
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Queremos morir por imitación de la animalidad a la que
aspiramos: ser humanos, ser hombre es querer volver a ser animal. Y fracasar.
Este intento por liberarme del lenguaje. Por encontrar el
tramo en que el espasmo no es Dios, no es la eternidad; pero su existencia es
necesaria para que esta risa exista.