sábado, 27 de septiembre de 2014

La risa



“…el Zahir es la sombra de la Rosa y la rasgadura del Velo”. Lo escribió Borges. No pienso buscar si la cita de él es correcta, si existió el Asrar Nama. Porque si lo escribió Borges, entonces ya existe. Si ya es literatura, ya es abismo. Ya miramos las letras; ya quedamos insepultos.

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El nombre de la rosa. Así tituló Umberto Eco a su Zahir. ¿El Zahir? Es el nombre de una condena. ¿La condena? Estar imposibilitado de reír.

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Umberto Eco no escribió una novela sobre los signos. Escribió un ensayo sobre la risa. En la gracia divina es imposible reír, en la eternidad no existe el sobresalto, el bochornoso auge de un desequilibrio. El Zahir es la forma de decir que todo está perdido. Si Dios no puede reír, ¿estamos castigados?

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Esta risa que busco es una risa que me autorice a decir que estoy vivo. La burla es el reconocimiento del otro; el cinismo, su predación.

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“Voy a decirte: el nombre que llevo no sabe reír. Empuja, salta, pero no sabe reír”. Lo escribió Sara Gallardo. No saber reír es cumplir con el pedido de Dios, una ascesis demasiado humana.

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El hombre es hombre porque ríe. Por eso la risa recuerda la predación, el intento por morder el mundo, por amarrarlo entre los dientes, por perforar la yugular del sentido. La risa –abierta, fulminante, erguida, tensa– busca acabar con el lenguaje.

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“el nombre que llevo no sabe reír”. Ese nombre es el Zahir, el nombre de la Rosa, el suplicio de los ojos que encontraron a Dios. La técnica moderna es este llanto oscuro de luz. Un lugar en donde queremos reposarnos; un lugar en el que se levanta el sentido lleno. ¿Este mundo quiere lectores?
Yo busco una risa sofocante, ahogadora del lenguaje, amordazadora del sentido. Que la risa rompa la mordaza, cuchichee sobre la cuerda, acuchille la vena harta de palabras. Risa deformadora, grito de castración invertido. La risa puede ser como un ahogo en donde el aire nos respire, nos trague.

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Hay que reír, hay que sentirse deformado. Decir “descostillado de la risa” es decir acercarse al sexo. “Descostillado” quiere decir con el miembro erecto; sin una costa, sin posibilidad de orilla. Una eyaculación que invente islas de orígenes perdidos.
Dejar de ser la ciencia: abandonar a Eva; morder la manzana, sí, pero por imprecisión de la boca abierta en la alharaca de la risa. No morderla como experimento. No dejar que la costilla busque más certeza que la que nos pueden dar nuestros propios dientes.

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Queremos morir por imitación de la animalidad a la que aspiramos: ser humanos, ser hombre es querer volver a ser animal. Y fracasar.

Este intento por liberarme del lenguaje. Por encontrar el tramo en que el espasmo no es Dios, no es la eternidad; pero su existencia es necesaria para que esta risa exista.

viernes, 19 de septiembre de 2014

La caverna



En 1870, Leopold von Sacher-Masoch escribió en La Venus de las pieles, la palabra Lvov. 
Lvov, cuando Sacher-Masoch estaba vivo, se decía Lemberg. No era una ciudad ucraniana, sino del Imperio Austro-Húngaro. Sacher-Masoch prefirió, para su novela, la denominación eslava.

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Alexandr Pushkin comenzó a morir en 1836: "Mi destino empieza a realizarse: desafié a muerte a Dhantés". Nunca publicó su visión, porque sus visiones eran nocturnas, fálicas, enormes, temibles, disipadas. Pushkin tenía visiones, por las que no disparaba. Ataques de cólera, por los que no mataba. Odios, por los que amaba. Su altruismo era tan grande que deseaba no haber nacido.

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Masoch nació en 1836 en Lemberg (actual Lvov). Su intimidad era escribir sobre la piel, el aislamiento ("estoy bien aislado"), la deferencia ("¿Quiere usted ser mi esclavo?"). Von Sacher-Masoch no conoció el Diario del último año de vida de Puchkin. Pero tenía una predilección por estar cubierto, por ser abrazado, por no tener escapatoria, por ser verdaderamente libre.

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"Yo no idolatro a una u otra mujer, sino su vagina. Y cuando el fuego de mi oración empieza a debilitarse, me dirijo hacia un nuevo sexo, para seguir conservando esa chispa divina. Una sola mujer no es capaz de sustituir el mundo entero de las mujeres
"¿O es que acaso se puede reprochar a un caminante que entre a rezar a los distintos templos que se encuentra en el camino si le reza al mismo Dios?"
La cita corresponde al Diario secreto de A. Serguéyevich Pushkin, el negro, el mono.
Todas las manifestaciones en Pushkin no son otra cosa que un intento por intimar al lenguaje, por volverlo silencio, por volver a las cuevas paleolíticas, por resonar el eco de las grutas. 

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La obra de Pushkin es la correcta indistinción del deseo humano: volver a la animalidad. Eugenio Onieguin no es, únicamente, una novela en verso, un paso anterior a la prosa, una narración anterior a lo moderno. Pushkin escribió el intento por no transformarse en hombre. Por seguir siendo un mono, por seguir gritando, rimando, cantando, antes que escribir. 
Pushkin amaba el útero de las mujeres como se ama no querer volver a la vida, como regresar a la calma sonora.

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Escribió Leopold Masoch: "Apresuro mis pasos, pero me doy cuenta de que he equivocado el camino y, cuando me dispongo a tomar una salida transversal por uno de los pasajes de verdor que se abre ante mí, descubro que allí mismo se halla sentada en un banco de piedra Venus, la hermosa, la marmórea; pero no, en verdad se halla allí la verdadera Diosa del Amor, en la que circula fervorosa la sangre y late vivaz el pulso".

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En 1930, Federico García Lorca: "Equivocar el camino / es llegar a la mujer, / la mujer que no teme la luz".

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Pushkin se destinó a su muerte en 1836: "Así soy en todo. Quiero llevar toda posible destrucción hasta sus últimas consecuencias, y no esperar a que ocurra por sí misma".
García Lorca fue asesinado en 1936.
Masoch nació en 1836.

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Tres años, a lo mejor tres días: Jesús es el único héroe que no cuenta su experiencia en los infiernos, dice Pascal Quignard. Tres años más que Jesús, tres más que 33 es lo que marca 1836. Pero, tal vez, tres días, en los que Jesús volvió a la tierra para decir que era preferible la oscuridad de la muerte.

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La esclavitud de Leopold von Sacher-Masoch es la esclavitud consentida: es la única libertad auto-consciente posible.

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Escribo estos fragmentos como diminutas cuevas, como pequeños vagidos, como entradas a las grutas. 
Esta cercanía de la palabra vagido a la palabra vagina no me produce ningún impacto. No es un logro. Es una forma de despedirse del mundo hablando lo menos posible.

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"En una pareja, el poder del hombre sobre la mujer radica en ocultarle el temor a perderla" (Pushkin). Es la libertad auto-consciente de la esclavitud. Es decidirse por la raíz eslava Lvov antes que Lemberg. Es la madre, es el color apagado de Dios en las cuevas.

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Las últimas palabras deben ser gritos. Mutismo. La devoración de la caverna.